EL SISTEMA ESTATAL DE COMUNICACIÓN CIENTÍFICA

 

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Me reconozco una ignorante del sistema estatal de comunicación científica. Al menos hasta la fecha. Debo reconocer que, gracias a este trabajo, ahora soy un poquito menos ignorante. Conocía la existencia de la convocatoria anual de ayudas para el fomento de la cultura científica, tecnológica y de la innovación y poco más. He participado en algunas actividades de divulgación científica promovidas por mi centro (o eso creía yo), como la feria EXPOCIENCIA en colaboración con la Universitat de València y ‘el CPAN en los institutos de enseñanza media’. No me había quedado nunca claro qué organismos, instituciones o unidades estaban detrás de estas actividades, quién se encargaba de coordinar y organizar la infrestructura necesaria, o cómo se financiaban. Solo sabía que, como parte de nuestra actividad investigadora y en el marco de nuestro compromiso social de hacer llegar al público general nuestros progresos (que no nuestros fracasos), se nos pedía que contribuyéramos con algún taller, exposición o charla. Eso sí, actividades que surgían de nuestro tiempo libre y voluntad de colaboración. No había ni hay compromisos más allá de esos. No existe un requerimiento por parte de nuestras instituciones (por ejemplo, yo trabajo en un OPI) de que dediquemos un porcentaje específico de nuestro tiempo a tareas de divulgación y comunicación de nuestros resultados a públicos no especializados.

Y, sin embargo, en los últimos años ha habido una explosión de iniciativas que han colocado a la divulgación y la comunicación de la ciencia en el foco de atención de la sociedad. Y ahora me doy cuenta de que la creación y crecimiento de las unidades de cultura científica, y de redes que ayuden a fomentar la comunicación y el intercambio de experiencias entre ellas, ha jugado un papel esencial. El mismo papel que tienen la FECYT y la CRUE en el impulso, desarrollo y cofinanciación de estas y en la promoción de la cultura científica en la ciudadanía.

Desconocía, hasta la fecha, la existencia de encuestas sobre la percepción social de la ciencia impulsadas por la FECYT, ¡y eso que se hacen anualmente desde el año 2002! Me considero una persona que gusta de leer noticias de ciencia en la prensa generalista. Y, por poner un ejemplo, la última noticia que consigo encontrar de El País sobre estas es del 25 de abril de 2015...¡Ni siquiera vivía en España!

De museos, algo puedo comentar de primera mano. Trabajé el verano pasado como monitora científica en el museo Príncipe Felipe de la Ciutat de les Arts i les Ciències de València. Del equipo de monitores -los que en el día a día nos enfrentábamos a las preguntas y quejas de una media de 6000 visitantes diarios-, solo tres teníamos formación científica (que no divulgadora). Por no decir que, en el equipo, la inmensa mayoría de integrantes apenas podía chapurrear unas pocas palabras en inglés. Todo esto en un museo de ciencia basado en exposiciones interactivas que recibe una cantidad escalofriante de visitantes extranjeros a los que no se les informa de la falta de accesibilidad a las exposiciones en lenguas ajenas al castellano o el valenciano, salvo previo pago de la correspondiente guía en inglés, francés o alemán. Incluso en ocasiones, ni se les informaba de que las visitas guiadas solo se hacían en español, a pesar de que compraban la entrada en taquilla. Por no decir que en muchas ocasiones debíamos dar explicaciones sobre aspectos de exposiciones que ni habíamos visitado nosotros mismos. Me pregunto, ¿realmente vale la pena poner al al frente del trabajo diario a personal que no ha recibido ningún tipo de formación para divulgar las exposiciones que se presentan? ¿Y todo por externalizar la contratación del equipo de ‘profesionales’?

En conclusión, percibo un gran avance y muy buenas intenciones a nivel estatal en el fomento y desarrollo de organismos y redes de cultura científica que impulsen la alfabetización científica de la ciudadanía a través de distintas iniciativas. Incluso percibo u auge de asociaciones creadas por amantes de la divulgación (póngase como ejemplo FEVADIC en la Comunitat Valenciana). Pero creo que falta la implicación económica necesaria por parte de las instituciones políticas. De nada sirve la intención si no hay una apuesta institucional, con apoyo económico real. ¿Por qué no ponemos en valor el trabajo que tanto esfuerzo cuesta la divulgación y la comunicación científicas? ¿O es que en realidad, no se valora aún lo suficiente? Hemos dado el primer paso, pero aún falta un largo camino por recorrer. En este sentido, tengo mucha esperanza puesta en la iniciativa de Ciencia en el Parlamento y en la buena predisposición del gobierno actual. El tiempo dirá como acaba todo.

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