Un café con leche semidesnatada sin lactosa enriquecida en calcio, por favor

Productos funcionales elegidos para esta tarea.

Fuera de bromas, y excluyendo lo de “enriquecida en calcio” -démosle tiempo al tiempo-, así es como pido mis cafés con leche en el bar. Y no falto a la verdad si digo que he dejado de ir a algún establecimiento por falta de “oferta” de leches. ¡A qué hostelero se le ocurre no disponer de una buena carta de productos funcionales adaptados a las necesidades de toda su clientela!

La cuestión es si esas necesidades son reales o generadas de manera innecesaria atendiendo el interés de algún lobby. Centrándome ya en la tarea que nos encomienda el profe, debería ir al supermercado a buscar dos ejemplos reales de cada uno de los métodos de elaboración de alimentos funcionales. Pero como me viene mal acercarme ahora, prefiero visitar un supermercado online (me voy a reservar el nombre...).

Los métodos de elaboración de alimentos funcionales pueden dividirse en cinco grupos:

  • Se elimina un componente perjudicial para el consumidor o un sector de consumidores. Aquí la reina es mi querida leche sin lactosa (yo la tomo de Kaiku), o el jamón cocido sin -perdón, reducido en- sal Cuida-t+. Campofrío tiene toda una gama de productos Cuida-t+ que consumo habitualmente. De momento no necesito tomar productos bajos en sal, pero dice el refrán que más vale prevenir que curar… En realidad, la etiqueta reducido en sal puede utilizarse siempre que el producto contenga al menos un 30% menos de sal que sus equivalentes. Claro, tratándose de un jamón cocido, esto queda lejos de ser bajo en sal, para lo que el producto no debería exceder los 0,3g de sal por cada 100g. En el caso del jamón cocido Cuida-t+, la cantidad de sal por cada 100g es 1,3g, cuatro veces superior a la aceptada para un producto bajo en sal. En cuanto a la leche sin lactosa, esta se modifica añadiendo lactasa, la enzima encargada de separar la glucosa y la galactosa presentes en la lactosa, y en ausencia de la cual nos volvemos intolerantes.

  • Se aumenta la concentración de un componente que ya poseía el alimento y que es beneficioso para la salud. Por ejemplo, la leche Puleva con un 50% más de calcio o los All Bran de Kellogs ricos en fibra.

  • Se añade un ingrediente saludable a un alimento que no lo poseía antes. Aquí echaré mano de clásicos: leche Puleva con Omega 3 y Actimel, que aparte del famoso Lactobacillus casei se promociona como rico en vitamina D, hierro y zinc. Y fuente de calcio. Vay superalimento, ¡ya no como más brócoli!

  • Se sustituye un componente con efectos perjudiciales por otro con efectos neutros o positivos. Aquí mi reina de consumo es la Coca-cola Zero Zero, en la que se eliminan el azúcar y la cafeína y se añade aspartamo, un componente no exento de polémica. En esta categoría también entrarían las galletas de Gullón, en las que se sustituye el azúcar por maltitol.

  • Se altera la biodisponibilidad de algún nutriente para obtener beneficios en la salud. Destacan el Danacol y la margarina ProActiv, ambos con esteroles vegetales que dificultan la absorción del colesterol.

NOTA: Tras completar la tarea, no me queda claro si la leche sin lactosa (pero con lactasa) debería incluirse en la cuarta categoría en lugar de la primera.

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