Microorganismos. Un micromundo por descubrir

La palabra microbio deriva de dos palabras griegas: “micro”, que significa “diminuto/a” y “bio”, que significa “vida”. Por tanto, podemos entender los microbios como aquellos organismos tan minúsculos, que no podemos distinguirlos a simple vista. ¿Y cómo podemos observarlos entonces? Pues gracias a los microscopios ópticos y electrónicos, que nos permiten aumentar nuestra capacidad de visión hasta escalas increíblemente diminutas, del orden de 100 millones de veces más pequeñas que un milímetro. Para que nos hagamos una idea, si aumentáramos el tamaño de estos seres al de una canica, el tamaño de la canica sería entonces el de…¡la Tierra!

A pesar de ser tan pequeños, los microbios engloban una gran variedad de tamaños (en su mundo microscópico, claro). Pero no solo pueden distinguirse entre ellos por esta cualidad. Los microbios pueden presentar diferentes formas y fisiologías que dependen de factores externos como el hábitat, su papel en el ecosistema, cómo se relacionan con otros organismos… En fin, clasificarlos en función de sus características es una labor compleja que ha llevado mucho tiempo y quebraderos de cabeza a las personas expertas en microbiología. 

Actualmente, la clasificación de los seres vivos se realiza en base a una categorización de taxones, es decir, de grupos de organismos emparentados por compartir una serie de características y un origen evolutivo en común. Las categorías taxonómicas principales son ocho: dominio, reino, filo, clase, orden, familia, género y especie. En esta clasificación, el dominio, que es la categoría superior, ha quedado recientemente dividido en tres grupos: Bacteria, Archaea y Eukarya

Para denominar a cualquier ser vivo, se utiliza una nomenclatura binomial que indica el género y la especie del mismo. El género es la categoría taxonómica que engloba a las especies en función de un pasado evolutivo común, mientras que la especie es la categoría básica que agrupa a todos los individuos capaces de engendrar descendencia fértil entre ellos. En el caso de los microorganismos, la especie describe su origen, color, patogenicidad, etc. Los nombres científicos siempre deben escribirse en cursiva, y la primera palabra -que hace referencia al género- debe comenzar en mayúscula. Por ejemplo, el nombre científico de la bacteria responsable del proceso productivo del chucrut, debe escribirse Lactiplantibacillus plantarum. La primera vez que hagamos referencia al nombre de la especie debemos escribirlo completo. Después podemos usar la abreviatura, L. plantarum, siempre que no haya confusión con otra especie. 


Créditos: https://www.biologyonline.com/dictionary/taxonomy


En cuanto a los microbios, se caracterizan por ser organismos unicelulares y tienen su propia clasificación taxonómica. Se dividen en seis grandes grupos: bacterias, arqueas, algas, hongos, protistas y virus.

Los microbios pueden ser procariotas o eucariotas en función de las características de su célula. En el caso de los organismos procariotas, i.e., las bacterias y las arqueas, la célula tiene una estructura muy sencilla y carece de un núcleo diferenciado, mientras que los organismos eucariotas, que engloban a algas, hongos y protistas, presentan tamaños mayores, estructuras más complejas y un núcleo diferenciado. 

Los virus son, desde cualquier perspectiva, un caso aparte en microbiología. Si tuvieran religión, ocuparían el lugar del purgatorio a la espera entre la vida y la muerte. Resulta muy difícil clasificarlos porque, aunque sí se replican, requieren de un organismo huésped -una célula- al que parasitar. Son mucho más pequeños que el resto de microorganismos,  y no hay duda de su carácter patógeno e infeccioso. Y, desde luego, son capaces de poner en jaque a la humanidad. Pueden causar pandemias muy difíciles de controlar, como la de la Covid-19 a la que, por desgracia, todavía hoy nos enfrentamos.


¡No confundamos género taxonómico con género gramatical o sexo!

Existe una creencia extedida -podría llamarse idea equivocada- de que los microorganismos tienen sexo precisamente porque utilizamos distintos géneros gramaticales para referirnos a ellos. Por ejemplo, en español, los nombres que acaban en -a, -d o -z suelen ser femeninos y los que acaban en -e, -i, -l, -n, -o, -r o -s suelen ser masculinos. Y, como bien hemos estudiado en la escuela, tanto los artículos como los adjetivos que los acompañan deben concordar con ellos en género y número. 

Esta regla introducida en nuestra memoria automática desde la infancia suele jugarnos malas pasadas, y las personas profesionales de la medicina y la microbiología no quedan exentas de confusión, tal y como señala Fernando A. Navarro en su artículo Problemas de género gramatical en medicina. El mundo microbiano está plagado de ejemplos de este tipo: la Escherichia coli (termina en -a), el Lactobacillus delbrueckii (termina en -s), el Helicobacter pylori (acaba en -r) o la Salmonella enterica (acaba e -r). Parece obvio decir que los microbios no tienen sexo, pero la asignación del género gramatical causa gran confusión, sobre todo cuando se realizan traducciones de otros idiomas en los que el uso del lenguaje suele ser neutro, como por ejemplo el inglés. Eso sí, para todos los microorganismos que he curioseado por la red, el género gramatical que se les asigna se corresponde con el género gramatical de su género taxonómico, y no con el que les correspondería según su especie.


Si quieres saber más…

Categoría taxonómica, Wikipedia.

Canal de Youtube de Luis Alberto San Martín.

Problemas de género gramatical en medicina. Fernando A. Navarro.


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