¿Marcará la IA una nueva revolución científica?

Debo reconocer que me cuesta elaborar esta entrada. He estado dándole muchas vueltas a la posición que debía adoptar, pero la verdad es que me encuentro en una especie de estado entre el ying y el yang sobre los pros y contras de la inteligencia artificial (IA). Probablemente necesite más tiempo, más lectura y más conocimientos para poder tomar una postura basada en argumentos sólidos, difíciles de rebatir. 

 

Fuente: freepng.es

Pero opinar es gratuito, así que me lanzaré a esbozar la percepción, seguramente inconsistente en ocasiones, que he forjado durante estas cinco semanas sobre la inteligencia artificial.

 

En primer lugar, me parece una disciplina que se presta de manera casi natural al pensamiento crítico. Mi impresión, después de este primer curso de contacto, es que la IA alcanza una dimensión axiológica compleja, entreverada por una gran variedad de temáticas y disciplinas. Y claro, mantener el compromiso moral adecuado con herramientas que en ocasiones llegan a escaparse de nuestra comprensión tampoco parece tarea fácil. Me llamó la atención especialmente el ejemplo que se puso en el curso del supermercado que utilizó IA para saber si las mujeres estaban embarazadas y poder redirigir así mejor sus estrategias de ventas. Recurso inteligente desde el punto de vista de la empresa. Pero, ¿hasta qué punto tenía esta derecho a descubrir y revelar aspectos privados de sus clientes utilizando una información no autorizada? Al menos no de forma consciente. Dudo mucho que las mujeres que compraban en ese supermercado supieran que la información de sus compras podría utilizarse para revelar su estado de buena esperanza a terceras personas ‒aunque fuera sin intención‒.

 

Representación del pensamiento del cerebro. Fuente: freepng.es


Una de las llamadas “personalizadas” que efectuó el supermercado para promocionar productos premamá recayó en el padre de una muchacha joven, que descubrió de esta manera tan sorprendente que su hija se había quedado embarazada. Este hecho es, cuanto menos, criticable desde un punto de vista ético. Si pretendemos utilizar la inteligencia artificial para mejorar ventas, para tener información privilegiada en estrategias de marketing, para trazar o prevenir epidemias, violencia, desigualdades, malos tratos y un largo etc., lo primero que deberíamos tener en cuenta es el derecho y el respeto a la intimidad de las personas. Debería existir una legislación que regulase hasta qué punto los datos que toma la inteligencia artificial puedan ser utilizados y con qué fines. ¿Qué sería de nosotros si la IA pudiera determinar la evolución de los mercados?¿O influir en los resultados de las elecciones en los países más poderosos del mundo?¿O en aquellos que desarrollan armas de destrucción masiva?¿O manipular la opinión pública?¿Qué pasaría si todos estos aspectos, y muchos otros de interés general, quedasen bajo el control de una máquina?


Aparte de las cuestiones morales, que son muchas más de las que he comentado brevemente hasta ahora, la posibilidad de que pueda crearse una superinteligencia artificial mucho mayor que la humana también genera cierta inquietud. No es para menos que este tema sea objeto de recelo, pues si las máquinas llegaran a controlarnos supondría el fin del dominio de la especie humana sobre la Tierra. ¿Imagináis un Planeta de los Simios, pero con superordenadores dominándonos? No creo que, como especie, estuviéramos preparados para vivir supeditados a otros seres, mucho menos a entes inertes.

 

 

Fotograma de la película El planeta de los simios (1968)

Por otra parte, nos encontramos ante una serie de limitaciones de la IA que suponen un reto para el desarrollo de esta disciplina a corto plazo. Entre las que hemos visto en el curso, se encuentra la incapacidad de resolver problemas o situaciones inesperadas. Podemos entrenar algoritmos para que nos den una solución a un problema o tomen una determinada decisión tras haber realizado muchas veces observaciones similares, o haber ejecutado procesos parecidos. Parte de las dificultades que derivan en la incapacidad de inferencia y abstracción de la IA se deben a la escasa o nula versatilidad de las herramientas que utiliza. Si he comprendido bien, los algoritmos de IA se entrenan básicamente para resolver problemas bajo una serie de condiciones apriorísticas. De manera que cualquier cambio repentino en las condiciones de la toma de decisiones originados, por ejemplo, por estímulos inmediatos e impredecibles, conducen al colapso del sistema. 


Retomando la dimensión ética de la IA, ningún algoritmo parece dotar a las máquinas de conciencia, responsabilidad, compromiso y otras cualidades morales que, de momento, esta ciencia es completamente incapaz de reproducir. También carece de otros atributos de la inteligencia humana, como la creatividad, el genio, la locura, la imaginación, la improvisación, la destreza, o la capacidad de inferir o establecer relaciones de causalidad. En general, se aprecia una incapacidad para reproducir al completo los procesos cognitivos humanos más característicos, como el lenguaje no verbal o las emociones. Incluso el desarrollo creativo del lenguaje verbal, es decir, la capacidad de crear nuevas formas de comunicación a partir de las existentes y de comprenderlas sin ayuda humana, queda fuera del dominio de la IA. En definitiva, se podría decir que las máquinas aún no están preparadas para pensar como los seres humanos, careciendo aún de independencia cognitiva. Cuestión que, después de discutir los peligros que tal situación podría entrañar para el futuro de la especie, supone un gran alivio.


Tras estos párrafos, la persona lectora podría pensar que no soy muy afín a la IA, o al menos que no la considero una ciencia cuyo desarrollo deba tomarse en serio. Pero mis palabras no son más que el análisis crítico de una ciudadana con conocimientos escasos y muy generales de la disciplina. No quiero, ni mucho menos, dejar un sabor amargo tras esta entrada. El mundo de la IA me ha parecido verdaderamente fascinante y con un gran potencial en multitud de ámbitos. Como el resto de las ciencias, si se le dedica tiempo, se la mima y se utiliza única y exclusivamente para beneficio de la sociedad, nuestro entorno y nuestro planeta, creo que acabará convirtiéndose en parte de nuestra cultura y, sin lugar a duda ‒porque ya lo está haciendo‒ marcará un punto de inflexión en el progreso de la humanidad. Como ejemplos en los que la IA ha jugado un papel fundamental en la resolución de problemas o en el avance a pasos agigantados de ciertas tecnologías, encontramos la conducción automática, la determinación exacta de la forma de ciertos tumores, el diagnóstico por imagen médica o incluso en mi disciplina, la física de núcleos exóticos, la predicción de probabilidades de emisión retardada de neutrones o cálculos de procesos de nucleosíntesis explosiva utilizando redes neuronales.  


Si la IA solo cambiará nuestra manera de gestionar y entender los datos, facilitará nuestras vidas y nos ayudará a resolver cuestiones de nuestro día a día, o si, ya entrando en palabras mayores, transformará nuestra manera de crear ciencia introduciendo métodos hasta hace poco impensables de generar modelos físicos, es algo que solo podremos confirmar a futuro. Al menos en la física de muchos cuerpos, las mejoras introducidas con modelos basados en redes neuronales son notables. A mí, personalmente, esto me causa una gran crisis existencial como científica. Como tal, siempre he buscado entender el porqué de las cosas. Esto implica que mi comprensión interior del mundo se basa en un fundamento, que los sucesos del universo tienen una causa, un motivo. Pero, ¿y si no fuera así?¿Y si simplemente no hay un porqué, o este no es comprensible para el cerebro humano?¿Significa esto que el desarrollo de la ciencia hasta ahora ha sido un esfuerzo fútil?¿Nos encontramos ante una nueva revolución científica?  

 

 

NOTA: Entrada inspirada en mis reflexiones tras seguir el curso de Introducción a la IA del Máster de Cultura Científica de la UPNA-UPV.  

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