LA TERCERA CULTURA. De Snow a Brockman y Umerez

En su revisión de la famosa charla “Las dos culturas”, Charles Percy Snow (1963) introduce la posible existencia de una tercera cultura emergente. Mientras que las dos primeras hacen referencia a la ciencia y las humanidades -para las que denuncia una visión antitética por parte de los respectivos “intelectuales” que las hace difícilmente reconciliables-, esta última puede entenderse como el elemento integrador que resuelve el problema dicotómico anterior. Las intenciones de la denuncia de Snow son claras, sin la integración y la comunicación entre ambas culturas el progreso social y económico renquea, por no hablar de las pérdidas funcionales, intelectuales y creativas. Es necesario, pues, que se tienda un puente de comunicación entre esas dos culturas.

Hacia los años noventa John Brockman (1995) retoma la idea de la tercera cultura, que también acuña como emergente, aunque le atribuye un sentido diferente al que empleaba Snow. Según Brockman, la tercera cultura puede identificarse como una nueva manera de practicar y comunicar la ciencia, en contraposición a la idea de Snow de una tercera cultura como cultura de ensamblaje encargada de conectar a los sectores intelectuales radicales científicos y humanísticos que describe con todo lujo de detalles en su primer discurso en The Rede Lecture (Snow, 1959)

 

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Snow, por su parte, hace hincapié en la polaridad entre los grupos de intelectuales humanísticos y científicos por experiencia propia. Remarca no solo la falta de comunicación entre los dos grupos, a pesar de que en muchas ocasiones compartan rasgos sociales característicos, sino la gran animadversión que experimentan entre sí. Atribuye este sentir generalizado a la falta de formación de los unos en la cultura antagónica, la de los otros, resultante de una rápida especialización en el sistema educativo. Y, lo que es más importante, apunta los peligros de mantener esta divergencia cultural. Por ejemplo, la falta de entendimiento científico de la clase política, que la obliga a confiar en el criterio -bueno o malo- de los expertos. Por otra parte, no debemos olvidar que estos expertos presentan una visión unilateral de las potencialidades y problemas derivados de la ciencia aplicada que no encuentra crítica alguna por parte de los otros grupos, profanos del saber científico.

La percepción de Brockman, en cambio, apela a una tercera cultura interdisciplinar en la que científicos y pensadores toman el lugar de los intelectuales tradicionales para redefinir nuestra esencia como seres sociales. Es decir, explicita la voluntad de sustituir a los intelectuales tradicionales por nuevos intelectuales con grandes dotes para la comunicación, en contraposición a la propuesta de Snow de restablecer la comunicación entre los intelectuales tradicionales. Si bien la finalidad de Snow es mejorar el bienestar y la condición humana, pues cree que a través de la revolución científica el bienestar de los grupos sociales más desfavorecidos mejorará, Brockman parece querer recuperar la figura del intelectual renacentista, docto en todos los ámbitos del saber humano. Algo que parece una quimera en los tiempos actuales de hiperdesarrollo científico y tecnológico y que, en cierto modo, desdeña la importancia de la comunicación entre culturas que tan acertadamente reivindica Snow.

De acuerdo con Umerez (2019), a día de hoy es posible retomar la concepción de la tercera cultura de Snow y construir un puente de comunicación entre culturas. Quien se encargaría de tal empresa sería la filosofía (y otras humanidades). Pero, ¿es posible moderar una conversación sin ser conscientes de la importancia de saber ciencia? Mucho me temo que no. Si queremos construir esa tercera cultura con la que soñaba Snow, es importante que no pensemos en la filosofía como una disciplina insustancial, subordinada o agregrada. Debe producirse una apropiación cultural de la ciencia que implique una perspectiva crítica de la misma. No desde un enfoque reverencial, en el que la ciencia acude al auxilio de la filosofía para abordar los problemas típicos de esta, sino como una supradisciplina crítica que puede y debe regular el saber y la actividad científica desde el marco de análisis y reflexión que propociona la filosofía. Se trata de ejercer de árbitro en el trasvase de conocimientos entre disciplinas sin desvirtuar la base ontológica de estos, de reforzar la ciencia crítica, de supervisar y evaluar la evidencia científica, y de ejercer los juicios epistemológicos necesarios para asegurar la práctica de una ciencia responsable y respetuosa con la humanidad. Se trata de evaluar y regular la ciencia desde una disciplina no científica, pero conocedora de las ciencias, para que tanto las ciencias como las humanidades puedan enriquecerse mutuamente. Así, la intervención en los problemas sociales se convierte en competencia de todos los intelectuales, que pueden colaborar, con sus acuerdos y discrepancias, en el marco de un diálogo común y fluido.

Si quieres saber más…

Brockman, J. (1995). The Third Culture. Beyond the scientific revolution. Nueva York: Simon & Schuster.

Snow, C.P. (1959). The two Cultures. Cambridge: Cambridge University Press.

Snow, C. P. (1963). The two Cultures. A Second Look. Cambridge: Cambridge University Press.

Umerez, J. (2019). El reto de la tercera cultura de Snow: nuevo ámbito de intervención para la filosofía. En: Cultura Dual. Nuevas identidades en interacción universidad-sociedad. Antonio Casado da Rocha. Madrid: Plaza y Valdés Editores. Colección: Moral, Ciencia y Sociedad en la Europa del siglo XXI - ISBN: 978-84-17121-18-1




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